Escuchar a mi enojo me ayudó a ser buen padre
Voy a dejar a mi hijo de entonces seis-siete años a la escuela. Al recibirlo, su maestra le dice frente a mí, como acusándolo “¿Ahora si vas a trabajar?”, enseguida, ella me da la queja directamente.
Llamo a mi hijo para reclamarle su conducta pero no viene. Enojado, me alejo de su escuela. Entonces él me llama pero yo sigo retirándome.
En esos momentos me doy cuenta que ese enojo en mí, era como el que de niño, yo percibía en una persona muy significativa.
Atiendo ese lugar resentido-enojado-atemorizado, lo sostengo unos instantes y con ello me viene el impulso de regresar con mi hijo que quizá aún esperaba verme.
Lo hago, él está solo, de espalditas contra el pilar del pórtico. Lo llamo y al escucharme y darse la vuelta le digo: “¿Ahora sí vas a trab…?”
Me doy cuenta, antes de terminar la frase, de la presencia de mi patrón regañón y reprobatorio aprendido, en lugar que entrar en relación con él.
Con ello viene un nuevo e impensado cambio y le pregunto ¿Qué me querías decir?
Me responde “Quería despedirme de ti”. Lo abrazo con ternura y él me da un beso en la mejilla. Cimbrado desde adentro y con mis ojos rasados en lágrimas, me retiro.
Agradecido por el proceso que se había desenvuelto en mí, fui dándome cuenta que fue el contactar mi enojo lo que me permitió darme cuenta cómo llevaba en mi cuerpo desde niño, aquella figura que para mí era reprobatoria. Haber traído esto al presente…y asumido su historia escuchándome a mí mismo, me llevó a realmente estar presente para mi hijo. Con eso vino: No todo lo ocurrido en mi vida está sellado para siempre. –Dr. Juan Prado Flores, autor de Sanate a Ti Mismo y Sana Tu Mundo
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